martes, 1 de enero de 2008

Bitácora de viaje.

Ha sido un viaje, nuestra vida, desde los tiempos remotos del naufragio moral de Adán, tan sólo un viaje, una peregrinación, un éxodo. Erramos. Pero, si no es para andar, para qué las piernas, si no es para la felicidad, para qué los deseos que nos mueven a la meta desde nuestras menesterosas entrañas.

Aun en casa, en la casa de nuestros padres o abuelos, por muchos años vividos en cualquier morada, nuestra estancia en esta vida postadánica ha sido y será efímera frente a la eternidad: un viaje pues, ha sido nuestra vida, que dura poco aunque mucho parezca que se dilate. Una terquedad entonces nuestros intentos de eternizar lo perecedero. Todo resulta vano frente a la cuestión, urgentísima y de suprema importancia, de nuestra salvación: la victoria sobre la muerte, que no puede ser tal un prodigio humano -como la pretendida ciencia de un Empédocles- sino que sólo puede provenir de Dios y de su don gratuito. Semejante concepto que la tradición judeocristiana ha insistido en anunciar en este mundo de fugaces devenires, sin duda ha revolucionado ya nuestra humanidad, la manera misma de vernos: si hay algo más que esta vida, nuestra sed inagotable de eternidad tiene sentido. Y con todo ha habido quienes tristemente han rechazado la noticia de esperanza y plenitud.

Y pasan las horas, y hoy celebramos el inicio de un nuevo año. Todo inicio es un momento importante para reflexionar sobre la renovación, la necesidad de metanoia: la conversión auténtica del espíritu.

Detalle del Perito Moreno