Muere el sol en los montes
con la luz que agoniza,
pues la vida en su prisa
nos conduce a morir.
Pero no importa saber
que voy a tener el mismo final,
porque me queda el consuelo
que Dios nunca morirá.
Voy a dejar las cosas que amé,
la tierra ideal que me vio nacer,
pero sé que después habré de gozar
la dicha y la paz que en Dios hallaré.
Sé que la vida empieza
en donde se piensa
que la realidad termina.
Sé que Dios nunca muere
y que se conmueve
del que busca su beatitud.
Sé que una nueva luz
habrá de alcanzar
nuestra soledad.
Y que todo aquel
que llega a morir
empieza a vivir una eternidad.
Muere el sol en los montes
con la luz que agoniza
pues la vida en su prisa
nos conduce a morir.
El pez por la boca muere, como Nietzsche y su vocinglero afán de callar el eco sonoro de la Presencia de Dios. Sí, el Dios omnipotente nunca morirá, Dios siempre es Vida y Resurreción. Tal es la certeza de mi pueblo oaxaqueño que ha hecho del "Dios nunca muere" su himno perpetuo e inmortal.
martes, 19 de febrero de 2008
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