lunes, 2 de junio de 2008

Don Faustino

Don Faustino creía haber conocido de todo, pocas cosas movían ya su asombro. Había triunfado en la gran ciudad capital, donde era ya una reputada autoridad de las letras y los números. Además, contaba con posgrados en teología y antropología. Harto de sus libros, se volvió coleccionista de extravagancias intelectuales y bagatelas filosóficas. Así llegó a las artes ocultas, que comenzó a aprender en su biblioteca donde antes resonaban los versos de Bécquer, San Juan de la Cruz, Garcilaso o Sor Juana, donde recitaba a Baudelaire o a Claudel en un perfecto francés, no faltaba un Rilke en alemán o un Pessoa en portugués, ese templo ecuménico recibía todas las grandes voces.

Su piel hasta palideció, ya no sabía cómo se sentía el calor del sol sobre los poros. Con todo y su erudición, se estaba volviendo como una fiera de hábitos nocturnos, de escondites, de intersticios. Nunca antes se le había visto en esa actitud enfermiza, durante unos minutos se quedó inmóvil frente al espejo repitiendo: son aforismos mis frases más triviales... Lleno, entripado de su nueva y oscura sabiduría, extravió su piedad en el estante de astrología o numerología; y su alma en el de Tarot, quiromancia y otras artes adivinatorias. Pero ya no le importaba, embebido por la miel narcotizante de su gnosis que le hacía sentirse como un dios.

Don Faustino no tuvo una Helena que lo perdiera, pero tampoco una Margarita que lo ayudara. Aunque se cree que no conoció salvación, aquí en el pueblo hay quien dice que al final de sus días, después de un largo sufrir, volvió de su lejano olvido, y que hasta murió cristianamente.