jueves, 13 de marzo de 2008

Cioran, mi hermano

Cuánto le debo a Cioran. Cuánto dulce gozo recibí de sus amargas letras, a manera de medicina recetada sabiamente. Su estilo de algún modo pervive en mí, aunque nuestros espíritus sean tan diferentes, tantas veces incompatibles (v. g.: aborrezco su histérica especulación contra San Pablo). Me contagió su apasionamiento por la literatura, me sentí emparentado con su "obsesión" por Dios (los dos no podemos dejar de pensar en Él). Aunque Cioran negara a Dios, declarándose ateo y descreído, siempre volvía, una y otra vez Dios se hacía presente en sus líneas.


Otra cosa hemos compartido, además de múltiples lecturas: nos tocó sufrir la acedía del siglo veinte (Gracias a Dios que he podido vivir un veintiuno con fe y esperanza, y en gran medida, por justicia hay que decirlo, gracias al grandísimo poeta Wojtyla).


Por supuesto, mis libros favoritos de su bibliografía son también los primeros que leí de él: "La caída en el tiempo", "De lágrimas y de santos" e "Historia y utopía".


Si no me falla la memoria, comencé a leer a Cioran en 1998, hace diez años ya. Fue una de las varias lecturas que me recomendó Morgan, un amigo de Sabina. Me escribió una lista de autores en una servilleta, en medio de una fiesta: una breve plática que cambió mi vida, por las recomendaciones y por el diálogo tan fructífero.