sábado, 6 de febrero de 2010

Concierto para violín y orquesta

Brahms, el director de orquesta, aparece abriendo ante sí un oleaje de aplausos. Apenas han iniciado los violines y, sin demora, la música busca con vehemencia y agitación raptar ya nuestras conciencias, llevarnos ya a su mundo armónico: anuncio y, exquisito, hasta adelanto del más allá. Los instrumentos musicales entonces revelan su verdad: alzan la voz y más son amados. De súbito, se levanta colosal, con autoridad y garbo, un solo de violín que inunda el horizonte. Ahora no queda duda que el violinista algo tiene de sacerdotal, sólo sabemos que Dios ha puesto en sus manos un espléndido misterio, que guarda y revela sólo cierta música inspirada.

El violín principal, a cargo de Joseph Joachim, es entonces envuelto de nuevo por la orquesta, y ahora todos, han creado juntos un coro magnificente y noble, imagen del orden cósmico, o reflejo de la sacra perfección de una esfera más alta. Es la música un heraldo de la eternidad. El autor y director, el violinista, la orquesta, el público: la música ha vivificado y unido las almas, las cosas ahora se ven mucho mejor, el concierto ha quedado inscrito en el firmamento.