martes, 11 de noviembre de 2008

Isla de Inercia

Ya ni podía recordar que cuando llegó a esta isla, fue por la búsqueda desesperada que motivaba su odisea: volver a su hogar bienamado. Pero desde que sucumbió ante los hechizos de Inercia -bruja siempre muelle y comodina, comenzó a palidecer el motivo de su lucha cotidiana...

Cuando no era una enfermedad, eran las ocupaciones urgentes e inmediatas, o el mal tiempo, o las probabilidades, pero le pareció por años que nunca era un buen momento para reanudar su viaje.

Fue entonces cuando comenzó a recurrir a supersticiones, que le permitían la 'prudencia' de no partir, 'es martes', 'ayer vi no sé qué ave', 'las estrellas no están en su mejor disposición', 'no puede ser una coincidencia'.

Cuando ya no le servían más las cábalas, optó por motivos científicos: 'con lo cual queda demostrado que la no navegación es menos riesgosa', 'los datos analizados arrojan la conclusión de que no es conveniente embarcarse', e incluso llegó a esgrimir el argumento de que 'ni siquiera está comprobada la existencia de mi hogar'.

Un buen día, jugando embebido como un niño con un animalejo, que casi mata por el juego mismo, se vió confrontado por la necesidad de esforzarse para poder salvarlo. Así que tomó valor para hacer algo al respecto y ayudó a su infeliz mascota.

Sintió la mirada, o la presencia de alguien, y volteó: era la hechicera que se veía debilitada. Entendió entonces que habría manera de vencer a esa mujer inmunda que lo tenía prisionero, pero que no sería fácil.

¿La clave estaba en el esfuerzo, en el juego infantil, o en el amor? se preguntó. Comenzó a reflexionar y vio frente a él como hasta los cielos se despejaban dejando paso al majestuoso astro que brillaba como sólo en el trópico. Ese sol regio le recordó los colores y la dicha de su hogar, al mismo tiempo que iluminó la mansión de la bruja dejando ver toda la fealdad e inmundicia de esa isla.

No tuvo que pasar más tiempo: volvió a navegar.