miércoles, 31 de diciembre de 2008

Mozart y los cerros

Líneas en fuga ascienden con garbo como las notas de un violín que toca un allegro, hilando faldas gigantes de cerros ignotos, dibujando veredas, tramando sendas comunicantes o de sinuosas intenciones, recreando campos fértiles, llenos, que se tapizan con el frondoso verdor de la vida. Chispas de hojas, ritmo y armonía, estallidos arbóreos, y la redundancia sinfónica de pastos y arbustos que repiten sin agotar aún la inacabable y barroca manifestación vegetal.

Son ahora las líneas campos completos, parajes y rincones de roca. El mar de vida de gala ha vestido la ruda piel de la tierra. Se elevan riscos y cantiles, murmura el río, incesante, portador de la esencia vital de este paisaje serrano. Y entre los pequeños y engreídos picos que asoman sus pétreos mentones, se yerguen valerosos, como jades magníficos, los órganos, y su matemática pasión con que apuntan al firmamento. Sólo las nubes contemplan así la perfección de este movimiento de creación, embellecidas por el azul de querúbea joyería, que sin merecerlo siquiera, pueden nuestros ojos contemplar en un día como éste.