Grandes edificios, torres y rascacielos saturan el panorama e impiden mirar cualquier vestigio de los cerros y montes aledaños, menos se ven sus árboles, el verdor o los dibujos de su vida natural.
De noche, mar de focos, ríos audaces de faros, todo un festín de neones y tungsteno: con egoísmo y soberbia sin disimulo la luz de la gran ciudad oculta la luz de las estrellas, menos se ven planetas o cometas en esa niebla opaca de luz artificial... Sí, las metrópolis de tan grandes nos encierran en los lindes asfixiantes de su urbanidad. Miopes ante el cosmos y demás esferas, reacias a la trascendencia del espíritu. Las magnas metrópolis como carceleros autistas encarcelados en sus propias jaulas de asfalto, cemento y electricidad.
No nos dejan ver cuántas cosas las grandes ciudades...
(Foto: Jason Combs)
lunes, 27 de julio de 2009
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