domingo, 30 de marzo de 2008

Domingo de Misericordia

Nada merecemos. Ningún mérito tenemos.
Todo la gloria es de Dios.
Vivimos: ¡cuánto debemos agradecer!

jueves, 27 de marzo de 2008

En la pobreza y en la riqueza

En la pobreza, imploró, sufrió la gravedad de carecer hasta de lo necesario.

En la saciedad comprobó que la abundancia no es la felicidad.

Cuánto tiempo perdido había gastado entretenido con cualquier mundana bagatela...

Pero todo se trataba de Dios -pensó al final de sus días.

De Él era toda la felicidad -concluyó entre lágrimas.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Fe de Penélope

Esperaba sentada en la mitad de la primavera, el sonido, la visión, o lo que le permitiera saber que Él ya llegaba. Virtud de Penélope en una cristiana americana del siglo XXI, que sabe soportar a fuerza de confianza y constancia.

Daba gracias a la vida aun en estos tiempos en que se hacinan cadáveres encima de urbanas conciencias, daba gracias aun teniendo que soñar bajo las constantes amenazas y alarmas de una guerra tibia, daba gracias a Dios por la vida aun llorando el sufrimiento de sus pequeños. No olvidaba nunca el amor de Dios, aun entre graves carencias y miseria material.

Cobijada por el manto de la noche, esperaba con aflicción y desconsuelo, implorando Su llegada con lamentos y sollozos. De día esperaba tejiendo alegrías y consuelos para sus seres queridos.



lunes, 24 de marzo de 2008

Tío Beto

Hoy recuerdo a mi tío Beto, Alberto Fernández, que ha sido, sin duda, y por muchas razones, mi tío más querido e importante. Fue mi padrino de bautizo; su esposa, mi madrina; sus hijos, mis compañeros de juegos. En mi infancia, era prácticamente mi único tío, los demás me daban cierto miedo o recelo, los sentía ajenos y evitaba todo trato con ellos.

Es inevitable recordar el final de su vida, en que soportó valerosamente una cruel enfermedad que cargaba encima, acercándose más a Dios, y más que nunca en su vida. Su fe tan viva le permitíó enfrentar los días grises con calma y contento, que compartía con la familia, contagiando a sus más cercanos de esa mística alegría del alma, esa luz inocultable en los ojos de quien se ha reencontrado con Dios: hoy hasta recordamos esos tiempos como felices.

Su enfermedad fue un calvario que prefiero no describir. Pero por eso mismo también creemos que tuvo tiempo suficiente para saldar todo tipo de cuentas con el Creador.

Su velorio me impresionó mucho, no sólo por las emociones encontradas de todo luto, sobretodo cuando es tan cercano, sino por el cálido ambiente que reinaba en el lugar. No recuerdo estar presente en otro velorio con tanta gente. Así de querido era en la ciudad de Oaxaca. Dios lo guarde.

Resurrección de la Palabra

La palabra "resurrección" había muerto, o al menos eso parecía. No se escuchaba en las plazas ni en los teatros, y hasta se dejaba de oir en las casas. Vocablo que sonaba sin ser escuchado, como ruido de fondo, no tenía sentido ni significación. Entonces otra palabra pretendía devorar todo vocabulario: "muerte". ¿Y quién puede entender algo sin la vida de la palabra, quién puede vivir sin entender nada?

Era la Palabra misma, olvidada por necedad humana, la que hacía falta en cada voz. Era también herencia de una Eva y un Adán, que por vana ciencia habían perdido la sabiduría de la vida edénica. Por eso la resurreción a nada sonaba, o sonaba a cuento chino, artificio de mago de fiestas, hechizo fallido, invento de payaso o retórica de merolico. Ah, pobres hombres que habíamos olvidado la verdad y el sentido de las palabras, seducidos por ideologías necrófilas y filosofías huecas, con su olvido habíamos perdido también la propia vida: nosotros éramos los cuentos chinos, los artificios de magos, la retórica del merolico.

La Palabra misma tuvo que encarnarse para liberarnos de las ataduras que ensordecían nuestros espíritus. La Palabra se encarnó, murió y resucitó para dar vida plena a quienes hoy ya escuchan: Resurrección...

jueves, 13 de marzo de 2008

Cioran, mi hermano

Cuánto le debo a Cioran. Cuánto dulce gozo recibí de sus amargas letras, a manera de medicina recetada sabiamente. Su estilo de algún modo pervive en mí, aunque nuestros espíritus sean tan diferentes, tantas veces incompatibles (v. g.: aborrezco su histérica especulación contra San Pablo). Me contagió su apasionamiento por la literatura, me sentí emparentado con su "obsesión" por Dios (los dos no podemos dejar de pensar en Él). Aunque Cioran negara a Dios, declarándose ateo y descreído, siempre volvía, una y otra vez Dios se hacía presente en sus líneas.


Otra cosa hemos compartido, además de múltiples lecturas: nos tocó sufrir la acedía del siglo veinte (Gracias a Dios que he podido vivir un veintiuno con fe y esperanza, y en gran medida, por justicia hay que decirlo, gracias al grandísimo poeta Wojtyla).


Por supuesto, mis libros favoritos de su bibliografía son también los primeros que leí de él: "La caída en el tiempo", "De lágrimas y de santos" e "Historia y utopía".


Si no me falla la memoria, comencé a leer a Cioran en 1998, hace diez años ya. Fue una de las varias lecturas que me recomendó Morgan, un amigo de Sabina. Me escribió una lista de autores en una servilleta, en medio de una fiesta: una breve plática que cambió mi vida, por las recomendaciones y por el diálogo tan fructífero.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Chiapas

Pasión de selva verde y florida,
Amor divino que cuida toda creatura
que bebe y vive
en este árbol de Vida.