viernes, 25 de septiembre de 2009

El rompecabezas.

Desde pequeño recibió el bello y misterioso rompecabezas. Contaba con tantas piezas que se acostumbró a pensar que nunca llegaría el día en que resolvería tan complicado juego. Avanzaba poco a poco, y por largas temporadas lo dejaba olvidado antes de volver en su intento, pero eso sí, volvía una y otra vez, movido por la fabulosa e inagotable curiosidad de saber cómo sería la imagen resultante al final de tan ardua tarea.

El último día de su vida, entrado en canas y achaques, arrugado ya su rostro, calmo y sabio ya su espíritu, en la madrugada de un gélido día de invierno a punto de reír el alba, a resguardo en su viejo hogar con chimenea y bajo la luz de una vieja y grande lámpara, al fin logró colocar la última pieza... y fue hasta entonces cuando al fin su entendimiento en un breve pero contundente insight, captó con toda claridad la imagen tan esperada del místico rompecabezas ya resuelto: era él mismo.

Horas después, al llegar a casa sus familiares lo hallaron muerto: yacía sobre su amado puzle. Su esposa comentó que, seguramente, la fuerte impresión de haber visto acabado el antiguo enigma, le habría causado el infarto fulminante que lo mató. Suspicaz, su mejor amigo intuyó otra versión de las cosas, pero nadie le creyó.