sábado, 14 de junio de 2008

La otra Penélope

Cada día se levantaba con la ilusión de encontrar, ahora sí, a la pareja de su vida, al complemento ideal que llenaría su vieja sed. No veía otra solución al problema de su existencia, no conocía otra búsqueda, no se comprometía con ningún otro asunto.

Le gustaba calmar su indigencia amorosa robando miradas en las calles. Caminaba con afectación mientras hacía brillar sus ojos en celo. Soñaba con el momento de ser raptada por la voz de su enamorado que, obviamente, reconocería de inmediato, y que, sorpresivamente, acabaría con la desilusión cotidiana. Imaginaba sus caricias ansiosas, la pasión de sus besos... pensaba que era posible saciar ese obseso deseo de sentirse deseada.

El psicoanalista le había diagnosticado, simplemente, "histeria". Pero ella sólo sabía que no reconocía aún a su bienamado Ulises en ninguna cara. Recostada sobre su cama, siente que la penumbra nocturna es su corazón. Se dibuja en su rostro, ya acostumbrado al desamor, una sola lágrima, pero su alma siente un diluvio universal. Otra vez dormirá decepcionada de sí misma, del destino, del amor, de todo. Otra vez destejerá otra bella ilusión tan afanosamente elaborada durante el día, mientras su corazón llora esa ausencia de cada noche, que no por conocida es menos dolorosa. Piensa otra vez que su vida ha sido un calvario de amor.