Grandes edificios, torres y rascacielos saturan el panorama e impiden mirar cualquier vestigio de los cerros y montes aledaños, menos se ven sus árboles, el verdor o los dibujos de su vida natural.
De noche, mar de focos, ríos audaces de faros, todo un festín de neones y tungsteno: con egoísmo y soberbia sin disimulo la luz de la gran ciudad oculta la luz de las estrellas, menos se ven planetas o cometas en esa niebla opaca de luz artificial... Sí, las metrópolis de tan grandes nos encierran en los lindes asfixiantes de su urbanidad. Miopes ante el cosmos y demás esferas, reacias a la trascendencia del espíritu. Las magnas metrópolis como carceleros autistas encarcelados en sus propias jaulas de asfalto, cemento y electricidad.
No nos dejan ver cuántas cosas las grandes ciudades...
(Foto: Jason Combs)
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6 comentarios:
No me queda muy clara la conexión entre no espiritualidad y urbanidad (de metrópoli).
Creo que ya entendí: lo espiritual sólo yace en lo creado por Dios y lo urbano es creado por el hombre.
No necesariamente, no creo que haya tal polaridad entre espiritual y urbano.
Pero si' creo que la vida en las grandes urbes hace ma's difi'cil el descubrimiento de la vida espiritual, pues ofrece al ser humano tantas cosas para entretener y confundir, que dificulta la concentracio'n y el recogimiento interior.
Ah.
Creo que sí.
Creo que algo que también dificulta el recogimiento interior es el exceso de trabajo, ese trabajo para tener cosas. Pienso que a esta gente moderna y trabajadora le falta ocio, ocio para reflexionar o crear. Quisiera hacer notar que el ocio no necesariamente es no hacer nada.
De acuerdo. Hay un ocio conveniente que el neg-ocio nos quita. En ese ocio brota el tiempo para la contemplación, la creación, la recreación...
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