Todo la gloria es de Dios.
Vivimos: ¡cuánto debemos agradecer!

Cuánto le debo a Cioran. Cuánto dulce gozo recibí de sus amargas letras, a manera de medicina recetada sabiamente. Su estilo de algún modo pervive en mí, aunque nuestros espíritus sean tan diferentes, tantas veces incompatibles (v. g.: aborrezco su histérica especulación contra San Pablo). Me contagió su apasionamiento por la literatura, me sentí emparentado con su "obsesión" por Dios (los dos no podemos dejar de pensar en Él). Aunque Cioran negara a Dios, declarándose ateo y descreído, siempre volvía, una y otra vez Dios se hacía presente en sus líneas.