Él sí que supo personificar la humildad misma, sólo vestía ese rudo harapo que aún es posible admirar en el bello templo de Asís dedicado al Poverello. Eliminó las bolsas de la ropa de sus monjes, para no llevar nada, para no tener ni el mínimo centavo, para tener la confianza toda depositada en la voluntad de Dios. Desapego que envidiarían los budistas si le conocieran, autarquía que hubieran anhelado los cínicos, firmeza de voluntad que hubieran admirado los estoicos. Naturalistas y ecologistas han querido colgarse sus méritos viendo en él un precursor. El revolucionario Lenin pedía doce franciscos para verdaderamente cambiar el mundo: en realidad, bastó solo uno para revolucionar la conciencia misma de Occidente.
Cuántos santos varones palidecen frente su altura, ¿quién venció así al egoísmo? ¿quién supo amar así a su prójimo y a la naturaleza? ¿quién imitó tan plenamente a Cristo, haciéndose a tal grado a su imagen?

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