Eran tiempos oscuros en la Gran Ciudad. Asesinos y cobardes habíanse apoderado del dinero, del gobierno y hasta de las leyes.
Cobardes y asesinos se ensañaban entonces con los menos fuertes -los más viejos y los más jóvenes- e institucionalizaron el asesinato de los primeros como "Acto de Dignificación", y el de los segundos, como "Acto de Liberación". Para ello, se llegó incluso a la locura de promover el suicidio de enfermos o el asesinato de la propia prole como actos lícitos, incluso éticos.
Corría la sangre de los inocentes y de los más pobres: una suerte de ceguera había inundado la Gran Ciudad, entretenida y deslumbrada, de espectáculo en espectáculo, sedada con altas dosis de emoción y sensualidad. Con todo, en semejante atmósfera de miedo y sinrazón, aún sobrevivía más de un Lot luchando calladamente por restaurar la sensatez, por eso aún había en la urbe restos de esperanza.
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